La pobreza atrae los desastres

14 01 2010

Siempre se dice que los desastres se ceban con los más pobres. Cierto, pero no es cuestión de los dioses ni caprichos de la Madre Gea. Un terremoto de la misma magnitud en EE.UU. o algún lugar en un país del “primer” mundo posiblemente no tendría tales consecuencias.

Tomemos como ejemplo el terremoto del pasado 6 de abril en la región italiana de L’Aquila. Magnitud 6,2 con epicentro en la región de Los Abruzos. 299 personas perdieron la vida. Sin embargo, en mayo de 2006 la isla de Java en Indonesia sufrió un seísmo de la misma magnitud que dejó tras de sí 6.234 muertos, 20.000 heridos y 340.000 desplazados (aunque no hay cifras oficiales, en Haití se espera que la cifra de fallecidos sea de 6 dígitos). De hecho, el mismo «fenómeno» natural en algunos lugares podrá ser una catástrofe y en otros se quedará en un simple fenómeno. Un ciclón en mitad del pacífico lejos de cualquier costa no es una catástrofe, pero no hace falta decir que sí lo es cuando azota Centroamérica.

A donde quiero llegar es que no es simple azar ni capricho de la naturaleza que los más desfavorecidos sean los que más sufran estos capítulos. Aquí entra en juego una variable que los especialistas llaman vulnerabilidad.

La teoría es simple. Riesgo = Amenaza * Vulnerabilidad, es decir, corren más riesgos los que más amenazas tienen y los que son más vulnerables. La práctica es lo que hoy vemos en las noticias.

Haití es el país más pobre de todo América, ocupa el puesto 149 según su Índice de Desarrollo Humano, más de la mitad de sus 9 millones de habitantes sobrevive con 1 dólar al día, necesita importar la mayor parte de los alimentos que consume, es un país empapado por la corrupción y sufre continuas embestidas de huracanes y tormentas tropicales.

Ahora es el momento de la ayuda humanitaria. Muchos países acudirán en ayuda, no hay duda y es algo absolutamente necesario. Pero también se sacarán la foto y se colgarán el pin. Y todo lo que cueste la operación a final de año se computa como Ayuda Oficial al Desarrollo, y todos contentos. Me gustaría saber cuantos de los países que enviarán ayuda humanitaria estos días han realizado algún tipo de trabajo permanente en la zona al margen de cualquier catástrofe, cuantos han tratado de reducir esa vulnerabilidad de la que hablábamos. Entiéndanme, estamos de acuerdo que es momento de arrimar el hombro absolutamente, pero como siempre no todo es tan plano como nos muestran las pantallas.

Una vez que Haití vuelva al olvido mediático, esa misma gente que ahora envía la ayuda debería preguntarse por qué siempre son ellos, los más pobres y más desfavorecidos los que sufren las peores consecuencias, si es cuestión de la Madre Gea o los dioses.

No podemos controlar los terremotos, escapa a nuestras manos y responsabilidades, pero no así el dumping que obliga a los campesinos a abandonar sus campos de arroz en Artibonite y emigrar a la capital, las condiciones en las que se hacinan cientos de miles de personas en distritos como Cité Soleil o Martissant, la falta de empleo para la mayor parte de los jóvenes en Puerto Príncipe, los servicios sanitarios que no cubren las necesidades más básicas de la población o la insoportable inflación en 2008 del precio de los alimentos (Miguel Ángel Herrero, director regional de Intermón-Oxfam para Centroamérica y Caribe).